martes, 16 de diciembre de 2014

Arsenal: el medio es más importante que el fin

De chico amaba alocadamente el fútbol, recién de grande supe darme cuenta de esto ya que en esa edad me parecía algo sumamente normal pasar la cantidad de horas que yo pasaba leyendo, mirando la televisión, y elaborando estadísticas (todavía no existía Internet en mi mundo), noticieros en inglés (Sportscenter solamente estaba en la señal estadounidense).

Sobretodo imaginando y recreando en mi cabeza los genios del fútbol mundial: los goles del bombardero Muller, las tapadas de la araña negra Yashin, la gran máquina riverplatense, la ferocidad de Bernabé, el talento inigualable del charro Moreno, la velocidad de la Saeta rubia, los goles de Stábile en el mundial del 30, las combinaciones del Wunderteam austríaco, la naranja mecánica, las 200.000 personas en el Maracaná, Josef Bican, el goleador más increíble del que se tenga registro y no haya jugado siquiera un mundial por culpa de la maldita guerra mundial, etc.

Pasaba mucho tiempo con mi abuelo, futbolero de raza como yo. Él era mi nexo hacia ese fútbol, era mi medio de transporte hacia ese mundo que no me correspondía pero yo quería formar parte. Él me recitaba formaciones clásicas de Boca (asérrimo bostero), y me contaba anécdotas de otros tiempos. También me chicaneaba bastante por ser fanático de River. A mi me fascinaba todo.

De repente hubo un momento que me hizo sentir parte del fútbol actual, de tener sentido de pertenencia con el presente, ahí sentí que estaba en mi tiempo, que ahora si me tocaba vivirlo a mí. Era la primera vez que sentía eso, el pensar "que lindo que esto esté ocurriendo ahora y yo pueda verlo".

Un estilo de juego, una filosofía, una idea y la forma de ejecutarla. Eso era el Arsenal inglés que arrancó en mediados del 90 y duró aproximadamente una década. Veía un fútbol de equipo total, todos pasando el balón, protagonistas, no había papeles secundarios así hubiese estrellas en el equipo. Todos buscando el espacio libre, el desmarque, sacrificados para correr cuando no se tenía el balón y en contraposición había lujo y maravillosidad cuando se disponía de él. Cada uno sabía que era lo que tenía que hacer, ocupaban la totalidad de la cancha, uno podía jugar con los ojos cerrados y encontrar siempre a un compañero luego de un pase. Admiraba la precisión, los pases al ras del suelo, el lujo sin entrar en ostentación. El partido podía salir 0-0 pero mis ojos siempre se iban maravillados luego de ver al Arsenal. No decepcionaba, eran fieles a si mismos todo el tiempo. El respeto que tenían por este deporte lo enaltecía.

Dentro de toda esta orquesta que disponía Wegner había dos maestros de obra: Bergkamp y Henry, eran los encargados de darle el toque distintivo a este arte. Y que me disculpen otros grandes que han participado de este equipo.

A Bergkamp nunca supe como definirlo, cada vez que me toca hablar de él se me complica.
Poseía un talento desmesurado, veía el fútbol como solo lo hacen los iluminados, tenía un control de balón que hacía dudar de las leyes de gravedad (recordar el gol que nos hace en el Mundial), y una capacidad de resolución en tiempo/espacio mínima. Él era TODO lo que quería ser como jugador de fútbol. Él era el fútbol en ese tiempo. La elegancia y clase de los movimientos, la precisión en el pase, era algo brillante.

Bergkamp era introvertido, frío, no poseía un gran carisma, sufría una fuerte fobia a viajar en avión, la magia de él ocurría dentro de la cancha, donde a mí me importaba. Luego apareció Henry, con gran carisma, era un rockstar dentro y fuera de la cancha. Era la pareja perfecta para la personalidad de Bergkamp. Alguien que se hiciera cargo de los flashes, las declaraciones. Así desplegaron el fútbol más lindo que haya visto durante mucho tiempo: un Bergkamp encargado del circuito de juego, de quebrar la línea final, esa parte del juego que nunca sale en la tapa y se lleva los flashes y por otro lado un Henry letal a la hora de definir, recibiendo ovaciones y saliendo en las fotos.

Fue hermoso mientras duró, ese Arsenal no resultó ser un gran campeón de su época, no arrasó con títulos durante esa etapa pero a mí me quedó eso: el estilo y la identidad.
Con ese Arsenal aprendí a resaltar la estética, a ser capaz de ver la belleza de una idea bien llevada a cabo, a disfrutar del desarrollo de las jugadas y no solo en la culminación.  A disfrutar de la totalidad del fútbol porque es impagable ver como una idea de valores nobles es ejecutada de forma precisa, mucho más cuando triunfa.

En un mundo donde solo importa ganar, ganar y ganar, el fútbol también está inmerso en eso.
El fin siempre es ganar y no importa el medio o la forma de lograrlo, parece no importar y no nos extraña cuando alguien incurre en la trampa, mentira o ilegalidad. Incluso algunos lo justifican.
Sin embargo apareció este equipo, y me hizo ver que el medio si importa, que el medio es lo que importa, porque al final de cuentas haber ganado o perdido no es un juicio de valor exacto en un deporte tan variable e impredecible.

Me cambió la perspectiva que tenía hacia el fútbol. Si se podía jugar al fútbol como yo lo imaginaba en mi niñez, pero esta vez no era una recreación o fantasía mía, tampoco una anécdota de mi abuelo, esta vez era real.

Bergkamp se retiró hace años y hoy Henry hace lo mismo y me embarga una sensación de nostalgia terrible porque caigo en la cuenta que eso ya no existe más, que viví algo que no se va a repetir y fue increíble, tanto Bergkamp como Henry pasarán al cajón de los recuerdos, a la inmortalidad de la memoria y para mí eso si es GANAR.

Solo espero, tal como hacía mi abuelo, hablarles a mis nietos del Arsenal de los 90/00.

Con la piel erizada te digo gracias Titi, adiós Arsenal de ensueño.


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